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(28-07-22)

Hay una historia real sobre un lama que estaba aprendiendo a practicar el chod, a vencer el miedo. Para hacer el chod es necesario practicar durante tres o cuatro meses e ir después cada noche solo al cementerio durante una semana para realizar en él una determinada práctica. El estudiante ha de llevar un tambor -llamado damaru -, una campana y una tropeta hecha con un fémur humano que utiliza para llamar a los demonios. Después de tocar la trompeta, los llama diciendo: “¡Venid, comed mi cuerpo!”. Los campesinos siempre se asustan al oírla. El cementerio al que el lama fue enviado se encontraba en un valle cubierto de hierba rodeado por altas montañas. Era un lugar ventoso, solitario y vacío, salvo por unos montículos rocosos yermos y los aullidos de los perros salvajes.

Este lama había estado fanfarroneando sobre sus poderes. Durante tres años no había dejado de hacerlo, contando cómo había subyugado a los demonios que se le habían acercado. Era una persona muy arrogante, pero muchos lo respetaban porque era un sanador. El último día de la semana en que iba a ir al cementerio, un grupo de lamas jóvenes a los que no les gustaba que siempre estuviera fanfarroneando, decidiero ir a verlo para comprobar cómo realizaba su práctica de chod.

Los cementerios tibetanos son unos lugares aterradores. Los cadáveres se depositan sober las rocas, atados a unos postes, para que los buitres puedan despedazarlos y comérselos hasta que sólo quede el cabello y los huesos. En el aire de esta clase de lugares flota además un olor inmundo.

Los jóvenes lamas, escondiéndose detrás de unos grandes montícuolos rocosos, vieron cómo el practicante del chod se dirigía al centro del cementerio, colocaba allí un cojín sobre una roca y se sentaba en él. Al hacerse de noche el lama se puso a tocar la trompeta y a gritar: ¡Venid, dioses! ¡Comed mis brazos y mis piernas! ¡Estoy preparado para ofreceros mi cuerpo!”. Rezaba y cecitaba los mantras con una gran seriedad.

Los jóvenes lamas se cubrieron el rostro y las manos con una pasta de azufre para que les brillaran en la oscuridad. Luego, arrastrándose poco a poco, se fueron acercando a él sisenado tenuamente. Al principio el lama no se percató de ellos porque estaba muy ocupado tocando la trompeta y rezando en voz alta. Pero al ver sus rostros brillar en medio de la hierba y acercarse hacia él desde todas las direcciones, se puso a tocar la campana y el tambor cada vez con más fuerza. Al cabo de unos momentos, volvió a mirar nerviosamente a su alrededor y a rezar cada vez con mayor rapidez. Pero los relucientes rostros o cesaban de avanzar hacia él.

Al final, arrojó todos los objetos rituales en el aire y, arremangándose la falda de la túnica, echó a correr. El damaru se rompió al caer, al igual que la campana.

Al día siguiente los maestros del lama le pregutnaron como de constumbre qué tal le había ido la noche anterior en el cementerio. También le preguntaron dónde había dejado el bello damaru con el que rezaba todas las mañanas. Sin embargo, en esta ocasión él, que se había dedicado cada mañana a contar cómo había estado conversando con los demonios y la inteligencia con la que los había subyugado, no dijo ni pío. Mas tarde abandonó la práctica del chod por completo.

Al practicar a veces parece como si los demonios y los miedos que nos acosan fuesen reales. Los controlamos al cosiderarlos simples manifestaciones mentales, pero cuando nos encontramos en alguna situación aterradora, es más difícil afrontar el miedo. Quizá no nos ataquen unos demonios bajo una forma física, pero pueden surgir toda clase de obstáculos. Aunque en el fondo sean insustanciales, al creer que son reales hacemos que cobren realidad.

En cuanto veas que surgen problemas, actúa; cuando te mantienes atento en todo momento, puedes ver los obstáculos en cuanto aparecen, afrontarlos y protegerte antes. Reflexiona por unos momentos en la muerte. Ni siquera nos gusta pensar en ella y sin embargo llegará un día en que tendremos que separarnos de nuestro cuerpo, en que nos ancontraremos solos con nuestra conciencia. Al morir nos parecerá como si estuviéramos soñando por la noche: aunque sea un sueño muy largo, con toda clase de experiencias, no será más que el sueño de una noche.

“La meditación tibetana. Enseñanzas prácticas para vivir con armonía, paz y felicidad” – Tarthang Tulku

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