“Pensar es más importante que saber,
pero menos interesante que observar.”
Goethe
Percibimos nuestra vida diaria desde un estado mental que tiñe y pone atención en algunos aspectos muy concretos de lo que ocurre y desestima otros. Es conocido un video de unos amigos jugando al baloncesto, en el que se invita a la persona que lo visiona a que cuente el número de pases de uno de los equipos. Generalmente el equipo blanco, no sé porqué razón. El caso es que, durante el juego una persona disfrazada cruza toda la escena e incluso hace gestos frente a la cámara, que no son captados por el observador ocupado en su recuento. Este es un ejemplo de lo que ocurre con nuestra atención selectiva.
La observación nos permite dar un paso atrás y ganar distancia para poder darnos cuenta de qué es aquello a lo que estamos atendiendo. Observar no es una tarea fácil, requiere de calma, de un tiempo de calidad y quizá lo más importante, de la capacidad de no tomarse a sí mismo demasiado en serio. Observar nuestra atención es un ejercicio de apertura y de comprensión hacia nosotros. Nos permite aceptar que las cosas quizás puedan ser de otra manera a como las vimos al principio.