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16-10-21

La búsqueda de la perfección se ha convertido en una de las principales adicciones de nuestro tiempo. Afortunadamente la perfección se aprende. Nadie nace perfeccionista, y por eso es posible recuperarse. Al perfeccionista le parece que tanto uno mismo como la gente está siempre fallando, que lo que somos y lo que hacemos nunca es lo suficientemente bueno. Se juzga la vida misma. El perfeccionismo es la creencia de que la vida está rota, quebrada.

A veces los perfeccionistas han tenido un padre o una madre perfeccionista, alguien que ha otorgado su aprobación sobre la base del rendimiento y los logros. Los niños pueden aprender muy pronto que se les quiere por lo que hacen, y no simplemente por lo que son. Para un padre perfeccionista, lo que hacemos nunca es tan bueno como lo que podríamos hacer si lo intentásemos con más fuerza. La vida de estos niños puede convertirse en un esfuerzo constante para ganar el amor. Evidentemente el amor nunca se gana. Es una gracia que nos otorgamos unos a otros. Aquello que necesitamos ganar no es más que la aprobación.

Pocos perfeccionistas son capaces de ver la diferencia entre el amor y la aprobación. El perfeccionismo está tan extendido en nuestra cultura que hemos tenido que inventar otra palabra para el amor. “Amor incondicional” lo llamamos. Y, sin embargo, todo amor es incondicional. Cualquier otra cosa es solo aprobación.

 

“Historias para crecer, recetas para sanar”. Dra Rachel Naomi Remen

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