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(12/11/2023)

“En una de las leyendas del ciclo artúrico, el joven caballero Perceval, que va buscando el Santo Grial, llega a un país seco y devastado donde no crece la vegetación. Cuando llega a la capital de aquellas extensiones baldías, se encuentra con que la población se porta como si todo fuera normal. Nadie se pregunta “¿Qué desgracia nos ha sobrevenido?” ni “¿Qué podemos hacer?”. Más bien, se mueven de manera torpe y mecánica, como si estuviesen hechizados.

Invitan a Perceval a entrar en el castillo, donde, para su sorpresa, se encuentra al rey tendido en la cama, pálido y moribundo. Al monarca, como a las tierras que lo rodean, se le está apagando la vida. Perceval está lleno de dudas, pero un caballero anciano le ha dicho que una persona de su categoría no debe hacer preguntas, de modo que guarda silencio. A la mañana siguiente sale del castillo para proseguir su viaje, pero al poco trecho se encuentra en el camino con la hechicera Kundri. Cuando Perceval le cuenta a esta que no ha preguntado al rey qué le pasaba, Kundri se pone furiosa. ¿Cómo has podido ser tan insensible? Con solo preguntárselo, podría haber salvado al rey, al reino y a si mismo.

Perceval se toma en serio estas palabras, vuelve al país baldío y se dirige al castillo. Sin perder un momento, llega hasta la sala donde está tendido el rey en su diván, se arrodilla junto a él y le pregunta con delicadeza: “Oh, mi señor, ¿cuál es tu mal?”. En aquel momento las mejillas del rey recuperan el buen color y este se levanta de un salto, completamente curado. Todo el reino vuelve a cobrar vida. Las gentes, despiertas de nuevo, hablan con animación, ríen y cantan, y caminan con paso firme. Empiezan a crecer los cultivos y la hierba de las colinas reverdece con los colores de la primavera”.

Cuando nos sentimos apartados de los demás, como le pasaba al rey de este relato, nuestras vidas pueden parecernos un campo baldío, carentes de sentido, vacías y flacas. No podemos despertarnos del trance de la falta de valía, ni despertar de él a los demás. Cuando llega a nuestro campo baldío una persona con verdadero cariño podemos recobrar la vida en un instante.

Podemos meditar, rezar…, pero seguimos necesitando a los demás, para que nos ayuden a desmontar los muros de nuestro aislamiento y para que nos recuerden nuestra integración. Recordar que estamos conectados con los demás y con nuestro mundo es la esencia de la sanación.

Somos seres sociales. Comemos, dormimos, trabajamos, amamos, nos sanamos, nos realizamos y nos despertamos con otros. Aunque estemos completamente solos, llevamos dentro la sensación de con quién estamos integrados y nuestras inquietudes sobre el concepto que tienen los demás de nosotros. Sentir el cariño de los demás nos permite alcanzar la plenitud.

Del libro “Aceptación radical” de Tara Bach.

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